Ayer enterramos a mi padre…
“¡A la chingada las lagrimas!, dije, y me puse a llorar. (…). Me avergüenzo de mi hasta los pelos por tratar de escribir estas cosas. ¡Maldito el que crea que esto es un poema! (…). Te has muerto y me has matado un poco”
Jaime Sabines, Algo sobre la muerte del mayor Sabines
A Benjamín Sánchez Sandoval, muerto el día de ayer
( 1º/Agosto/2020)
Ayer incineramos a mi padre Benjamín. Nos lo entregaron en una pequeña cajita de madera. Su grandeza reducida a unos pocos gramos de cenizas. Hoy he vuelto a leer la “reflexión” (y no poema, como nos lo pide su autor) del poeta chiapaneco Jaime Sabines: Algo sobre la muerte del mayor Sabines, que escribió en parte al día siguiente de la muerte de su padre. He querido realizar un comentario sobre la reflexión del poeta, que nunca me había hecho vibrar ni llorar tanto como lo está haciendo ahora.
Algo sobre la muerte del carpintero Benjamín.
La reflexión Algo sobre la muerte del mayor Sabines, fue escrita por Jaime Sabines (1926 – 1999) durante varios días que comprenden la hospitalización, muerte y ausencia de su padre. Su reflexión está dividida en dos secciones, de 17 versos la primera y 5 la segunda. Ahora le releo y escribo mi propia reflexión a partir de la enfermedad, muerte y soledad de mi padre Benjamín.
Primer parte
I. “Déjame reposar, aflojar los músculos del corazón y poner a dormitar el alma para poder hablar, para poder recordar estos días, los más largos del tiempo.”
Acababa yo de salir de mi propia enfermedad, por vez primera había yo salido a la calle, cuando mi hermana me avisó que mi padre se sentía mal. Otra vez regresó la angustia y el miedo, ya no por mí sino por él. La misma enfermedad en diferentes cuerpos. El corazón también tiene músculos, hay veces que los tenemos rígidos y agarrotados. Hay que aflojar el corazón para que él mismo pueda expresarse en libertad.
“No lo sabemos bien, pero de pronto llega un incesante aviso, una escapada espada de la boca de Dios que cae y cae lentamente. Y he aquí que temblamos de miedo. (…). Esperar que murieras era morir despacio.”
Hay enfermedades que nos hacen presentir lo peor aún sin ser médicos. El covid es la nueva plaga de nuestros tiempos, que nos causa miedo, impotencia, antesala probable de la muerte.
II. “(Del mar) Viene Dios, el manco de cien manos, ciego de tantos ojos, dulcísimo, impotente. (Omniausente, lleno de amor, el viejo sordo, sin hijos, derrama su corazón en la copa de su vientre).
El poeta representa al mal con el mar, presente en todas partes, omnipresente, omniabarcante. ¿Cómo hablar del amor de Dios ante la experiencia del mal? ¿Por qué Dios calla cuando sus hijos sufren? Por ser sacerdote he sido apologeta (abogado) de Dios (para disculparlo), ante el sufrimiento ajeno. Ahora me ha tocado experimentarlo en mi propia carne. Son comprensibles los adjetivos que el poeta da a Dios en esos momentos por el sufrimiento de su padre: manco, ciego, impotente, Omniausente, viejo sordo, sin hijos. En lo personal no tengo NADA que reprochar a Dios. El guarda silencio cuando Él quiere y habla cuando Él lo desea. Él me ha hablado antes y me sigue hablando ahora por su Palabra expresada en la Biblia.
III. “Nadie dirá: no supo de la vida más que los bueyes, ni menos que las golondrinas. Yo siempre he sido el hombre, amigo fiel del perro. (…) ¡A la chingada la muerte!, dije, sombra de mi sueño” Si tememos a la muerte es porque queremos vivir. Y vivir no es sólo respirar y ocupar un lugar en el espacio, vivir es amar profundamente.
IV. “Vamos a hablar del Príncipe Cáncer (…) Mi padre tiene el ganglio más hermoso del cáncer en la raíz del cuello, sobre la subclavia.”
El padre del poeta murió de cáncer, el mío de covid. Los nombres cambian el sufrimiento es el mismo. Enfermedades que matan lentamente, que van consumiendo el cuerpo del enfermo y el corazón de sus familias.
V. “Quiero decir que no soy enfermero, padrote de la muerte, orador de panteones, alcahuete, pinche de Dios, sacerdote de penas. Quiero decir que a mí me sobre el aire…” Cuantos de nosotros “cuidadores” (enfermeros improvisados) no hemos experimentado impotencia ante el sufrimiento de nuestro paciente. A mí me sobra la vida (el aire) que a él le falta.
(después del entierro)
VI. “Te enterramos ayer. Ayer te enterramos. Te echamos tierra ayer. Quedaste en la tierra ayer. Estás rodeado de tierra desde ayer”.
El día de la muerte queda aún más grabado que el día del nacimiento. Morir es nacer en el corazón de los que quedan. El pasado (ayer) en que todavía vivías ha venido a quedarse grabado en un eterno presente (hoy). Los muertos en realidad no se van, se quedan para siempre.
VII. “Madre tierra (…) madre de la muerte, recógelo, abrígalo, desnúdalo, tómalo, guárdalo, acábalo.”
Venimos de la tierra y a ella regresamos. Somos polvo, pero polvo sagrado que lleva entremezclado el aliento de Dios. La tierra para el suyo o una urna para el mío guardan nuestra efímera condición humana, al cielo regresa el aliento divino que nos constituye.
VIII. “Enterramos tu traje, tus zapatos, el cáncer; no podrás morir. Tu silencio enterramos. Tu cuerpo con candados. Tus canas finas, tu dolor clausurado. No podrás morir.”
La creencia en la inmortalidad no es propia del cristianismo, en varias culturas –sobre todo la nuestra– se considera a la muerte no como un fin sino un inicio. Dice otro poeta mexicano, Nezahualcóyotl: “Nos vamos entre flores: tenemos que dejar esta tierra: estamos prestados unos a otros: ¡iremos a la Casa del Sol!”
IX. “Te espera tu cuarto. Mi mamá, Juan y Jorge te estamos esperando. Nos han dado abrazos de condolencia, y recibimos cartas, telegramas, noticias de que te enterramos, pero tu nieta más pequeñate busca en el cuarto, y todos, sin decirlo, te estamos esperando”.
Nuestros muertos no se van, sino que vienen a instalarse de manera diferente. Mi padre está presente en su encendedor, en su chamarra, en la silla que él utilizo o en su perro que ahora sufre tanto por su ausencia.
X. “Es un mal sueño largo, una tonta película de espanto, un túnel que no acaba lleno de piedras y de charcos.”
El despertarse y no ver a mi padre es experimentar como un mal sueño, una pesadilla, “algo irreal” que pronto desaparecerá. Es un deseo tonto de pensar que pronto se regresará a la normalidad, a su presencia entre nosotros.
XI. “Pulmón sin aire, niño mío, viejo, cielo enterrado y manantial aéreo voy a volverme un llanto subterráneo para echarte mis ojos en tu pecho.”
Benjamín ha terminado de escribir su vida. Ahora lo recuerdo en sus múltiples facetas. Un pulmón sin aire que se fue vaciando de tanto regalar su vida.
XII. “Morir es olvidar, ser olvidado, refugiarse desnudo en el discreto calor de Dios, y en su cerrado puño, crecer igual que un feto”.
Morir es irse borrando poco a poco de la historia de los hombres para nacer, igual que un feto, en el vientre materno y misericordioso de Dios.
XIII. “Amo tus canas, tu mentón austero, tu boca firme y tu mirada abierta, tu pecho vasto y sólido y certero. Estoy llamando, tirándote la puerta. Parece que yo soy el que me muero: ¡padre mío, despierta!”
El amor rompe los parámetros convencionales de belleza. Sus canas, arrugas o hasta ojeras, son expresión de gran belleza. En estos días he experimentado las dos caras de la moneda: ser paciente y enfermero. Y si se sufre estando enfermo, no se compara con ver sufrir a nuestro enfermo. En estos últimos días abracé a Benjamín en la madrugada, mientras gritaba su sufrimiento. Ese “¡hay Dios, hay Dios!” de su sufrimiento, eran puñaladas, que partían el alma.
XIV. “Te enterramos, te lloramos, te morimos, te estás bien muerto y bien jodido y yermo mientras pensamos en lo que no hicimos y queremos tenerte aunque sea enfermo. Nada de lo que fuiste, fuiste y fuimos a no ser habitantes de tu infierno.”
A pesar de todos los esfuerzos permanece un poco de culpabilidad: Si te hubiéramos hecho esto o aquello. Nos gustaría tenerte aunque sea enfermo.
XV. “Te has muerto y me has matado un poco. Porque no estás, ya no estaremos nunca completos, en un sitio, de algún modo. Algo le falta al mundo, y tú te has puesto a empobrecerlo más, y a hacer a solas tus gentes tristes y tu Dios contento”.
El mundo ya no será igual desde que tu te has ido, ni yo ni el universo. Nos falta tu alegría, tu humor y tu misterio. Habrá que aprender a vivir ahora del recuerdo.
XVI. “No vayas a llorar como nosotros porque tu muerte no es sino un pretexto para llorar por todos,por los que están viviendo. Una pared caída nos separa, sólo el cuerpo de Dios, sólo su cuerpo”.
Tu muerte Viejo, ha sido el pretexto para recibir muchas llamadas y para escuchar “te quiero”. Al quererte a ti, me quieren a mi, a tus hijos y a tus nietos. Tu muerte se ha vuelto vida en los que evocamos tu recuerdo.
XVII. “Amputado de ti, a medias hecho hombre o sombra de ti, sólo tu hijo, desmantelada el alma, abierto el pecho”
Benjamín con tu partida me he dado cuenta de que no estoy terminado, completo. En mí siempre quedará tu hueco.
Segunda parte.
I. “Mientras los niños crecen, tú, con todos los muertos, poco a poco te acabas. Yo te he ido mirando a través de las noches por encima del mármol, en tu pequeña casa. Un día ya sin ojos, sin nariz, sin orejas, otro día sin garganta”
Al papá de Sabines lo enterraron, al mío lo cremaron. Dos maneras distintas de acabar el cuerpo. La una es lenta la otra es inmediata. Somos polvo, tierra, barro, cenizas que no perduran con el paso del tiempo.
II. “He aquí que todo viene, todo pasa, todo, todo se acaba. ¿Pero tú? ¿pero yo? ¿pero nosotros?”
Todo pasa, todo, todo muere, todo se acaba, solo el amor permanece.
III. “Sigue el mundo su paso, rueda el tiempo y van y vienen máscaras.”
El mundo no se ha dado cuenta de tu ausencia. No fuiste ni rico ni famoso. Tan sólo un carpintero de pueblo y con pocos estudios, pero un hombre sin mascaras y libre en un mundo enmascarado y embustero.
IV. “Un año o dos o tres, te da lo mismo. ¿Cuál reloj en la muerte?”
Benjamín ya has quedado fuera del tiempo que se cuenta con la arena o con las manecillas. Tu reloj se ha detenido a los 96 años para narrar tu presencia de otra manera, no ya a partir de los segundos sino con los latidos del recuerdo.
V. “Mi madre sola, en su vejez hundida, sin dolor y sin lástima, herida de tu muerte y de tu vida.”
Te has ido dejando a Micaela, la mujer que compartió tu vida. La mujer que tu elegiste para ser mi madre. Y tan sólo por eso te estaré eternamente agradecido.
Leer el poema cmpleto en: https://www.poemas-del-alma.com/jaime-sabines-algo-sobre-la-muerte-del-mayor-sabines.htm
Domingo 1º de Agosto de 2020, primer día de la ausencia de mi padre
y de su nacimiento en el cielo
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